Wednesday, June 30, 2010

Amores de tren

El penetrante sonido del despertador hace su efecto, y Julio entreabre sus ojos para darse cuenta de que ya son las ocho de la mañana. Realizando un esfuerzo sobrehumano, estira el brazo y apaga el escandaloso aparato. Aún entre sueños, se levanta de la cama y se dirige al baño para su helado duchazo vespertino. Esto lo ayuda a disminuir las garrafales ganas de volver a acostarse y, sobre todo, a bajar considerablemente su libido. Es que, estimado lector, desde hace poco más de siete meses que Julio no tiene relaciones sexuales ...para que se den una idea, su vida tiene menos acción que una película con Tom Hanks y Meg Ryan. Una vez que la ducha cumple con el efecto deseado, se seca, se viste y se dirige hacia su trabajo.

Julio camina las cinco cuadras que separan su casa de la estación y se sienta aguardando la llegada del tren. Luego de unos minutos, el tren arriba al andén. En un golpe de suerte, nuestro protagonista, se encuentra frente a una de las puertas cuando éstas se abren, pero antes de ingresar al vagón, deja pasar a todas las mujeres que se encuentran detrás de él. Lo hace porque es un caballero y porque, desde atrás, tiene una mejor perspectiva para observar si alguna es poseedora de un buen trasero. La última en entrar es una amable anciana, de aproximadamente unos setenta años, que le agradece el buen gesto con una sonrisa y un escueto “Gracias, jovencito”. Haciendo gala de su buena educación, Julio le devuelve la mueca y mientras la octogenaria pasa, le echa un vistazo a la retaguardia mientras se relame imaginando cómo habría sido unas décadas atrás. Julio es el último en entrar. Las puertas automáticas se cierran detrás de él y el tren arranca. Al observar que todos los asientos se encuentran ocupados, Julio se queda de pie, al igual que algunas personas más. Para su sorpresa, la dulce anciana se encuentra parada a su lado. Sus miradas se cruzan nuevamente. La mujer le sonríe y, por educación, Julio gira hacia ella y realiza el mismo gesto.

Con su típico vaivén, el tren sigue su curso hasta detenerse en una primera estación. Varias personas bajan y otras tantas suben. Rápidamente, el vehículo se pone en marcha. El suave movimiento del tren es interrumpido por un sorpresivo sacudón que zarandea a la anciana como si se tratase de una coctelera en manos de un barman con Parkinson. Uno de esos bruscos movimientos desplaza a la abuelita hacia atrás y, sin intención alguna, Julio la apoya soberanamente. La primera reacción del joven ante lo sucedido fue sonrojarse. La segunda fue… sí, eso… bueno, sepan entenderlo, hace más de siete meses que nada de nada. El tren no demoró más de unos pocos segundos en tranquilizar su marcha. En ese preciso momento, Norberto miró a la anciana para pedirle disculpas pero ella giró su cabeza, le sonrió de manera pícara y empujó sus caderas hacia donde se encontraba el cuerpo del joven. Un millón de cosas pasaron por su cabeza en ese instante. Él sabía que se trataba de una anciana y que lo que estaba haciendo era una atrocidad. Pero también estaba al tanto de que todos esos meses sin acción lo habían transformado en una especie de loto acumulado, o sea que, con Julio, si lo pides, lo tienes. En resumen, lo de ellos dos fue un amor pasajero, un amor de tren, como tantos otros en donde una de las dos personas involucradas desciende primero y no vuelven a verse jamás. Pero eso sí, durante seis estaciones, Julio le pegó una tanda que la anciana no se va a olvidar nunca jamás.

2 comments:

burdanecesidad said...

No me gustó

:(

Jerontofilia pura

Shaga Doom said...

Mish, y eso que decías que te gustaba la diversidad.

Además el tipo es un calentón crónico XD no es parafilia.. creo :P